Dos sacerdotes, viejos conocidos del seminario, uno dominico y el otro jesuita, se encuentran en el Vaticano, pues ambos van a ser recibidos por el Papa. Tras intercambiar saludos y unos minutos de charla, el dominico dice:
– La verdad es que estoy un poco preocupado. Ya sabes que soy un gran fumador, ¿no? Bueno, pues cuando estoy rezando el rosario siempre me entran unas ganas tremendas de fumar y no sé si está bien hacerlo. Así que voy a aprovechar que el santo padre me recibe para preguntárselo.
– Buena idea —responde el jesuita—; yo también soy fumador y me pasa lo mismo que a ti.
Poco después, el dominico entra en el despacho del Papa y, al cabo de un rato, sale cabizbajo.
– ¿Qué te ha contestado su santidad? —le pregunta el jesuita.
– Que no —responde el dominico, abatido—; que no puedo fumar mientras rezo.
El jesuita reflexiona unos segundos y dice:
– Bueno, déjame probar suerte a mí. Se lo preguntaré yo también.
El jesuita se entrevista con el Papa y, unos minutos más tarde, sale sonriente del despacho.
– Pues a mí me ha dicho que sí —comenta, satisfecho.
– ¿Puedes fumar y rezar a la vez? —exclama el dominico.
– Sí, tengo su expreso permiso.
– Pues no lo entiendo —replica el dominico, desolado—. ¿Por qué a ti te ha dicho que sí y a mí que no?
– Porque has planteado mal la cuestión —responde el jesuita.
– Tú le has preguntado si podías fumar mientras rezas; pero yo le he preguntado si podía rezar mientras fumo.